Acabamos de estrenar estación: el otoño. Un periodo en el que ciudades como Madrid y Sevilla, tienen una especial relevancia por la todavía calidez de las temperaturas y por unos cielos que marcan la luz y la belleza de una época ideal para visitarlas. Un mismo cielo, pero diferente e inigualable.
Esta experiencia de viajar resulta particularmente rica y esencial en ciudades con sedimento cultural. Urbes como Madrid y Sevilla, unidas por tan solo algo más de dos horas de AVE. En ellas, el simple hecho de pasear por sus calles aporta un plus al que nadie debería renunciar.
Esa mirada diferente a los grandes pintores que guardan sus museos, la visita a los bares y tabernas donde se dio cita lo mejor de nuestra literatura, el impregnarse de las tradiciones y de lo mejor de la agenda cultural de cada lugar. Todo ello suma y sirve de guía para ese ‘otro’ viaje al interior de una ciudad más allá de la oferta turística oficial. Para, superando la epidermis, penetrar las capas más superficiales y desentrañar las claves que hacen grande cada lugar.
Unos brumosos, de un azul grisáceo, y con grandes grupos de nubes como pintó Diego Velázquez. Infinitas muestras de ello nos pueden sorprender en el Museo del Prado madrileño, que guarda la gran producción del pintor sevillano desde su llegada a la corte de Felipe IV hasta su muerte, y cuya obra cumbre, ‘Las Meninas’, todavía sigue provocando la admiración del mundo del arte.
Y otro cielo, limpio, claro, de un azul celeste intenso con los claroscuros de las de las Inmaculadas de Bartolomé Murillo, el que encontramos en una Sevilla que celebra en unos meses el IV Centenario del nacimiento este gran pintor con un extenso programa de exposiciones y actividades, y cuyo máximo exponente se puede ver en ‘La colosal’ Inmaculada que preside el altar de la antigua iglesia mercedaria, hoy una de las salas de Museo de Bellas Artes de Sevilla.
Un mismo cielo compartido por ambas ciudades que, a modo de cúpula celeste, guarda sin ocultar uno de los capítulos más impresionantes del arte y la cultura española de todos los tiempos.
Una experiencia que respira en los frescos de Francisco de Goya en San Antonio de la Florida. En los salones literarios del Café Gijón en el Paseo de Recoletos. Y en el trazado por el bulevar ajardinado que nos comunica con el paseo de los museos madrileños donde se encuentran, entre otros, el Museo Carmen Thyssen, el CaixaForum o el Centro de Arte Reina Sofía. Historia, modernidad y vanguardia en pocos metros.
En Sevilla podemos rastrear también en una experiencia que se inicia recuperando Los cielos perdidos, de Joaquín Romero Murube. Escritor y porta admirado por los sevillanos y antaño conservador de los Reales Alcázares de Sevilla, por quien poetas como Federico García Lorca conocieron este monumento, hoy Patrimonio de la Humanidad y uno de los más visitados de Europa. Un escritor y poeta que animó el espíritu literario sevillano, que llegaría a su momento álgido con el encuentro en el Ateneo de Sevilla de los jóvenes que años más tarde conformarían el grueso de la Generación del 27. Encuentro que fomentó ese ambiente literario sevillano y que fue auspiciado por el torero Ignacio Sánchez Mejías.
Sánchez Mejías fue una figura clave de la Tauromaquia pero, sobre todo, un intelectual y nexo entre los grandes diestros Joselito El Gallo y Juan Belmonte, triángulo irrepetible del toreo y cuyas huellas se pueden rastrear en la Plaza de Toros de la Maestranza. El antiguo coso del Baratillo guarda memoria de su historia, que no ha dejado de engrandecer con las vanguardias pictóricas de nuestros días, como se puede observar en su museo.
Pasear por las mismas calles por las que transitó el Nobel Vicente Aleixandre, muy cercana a las columnas romanas que, erguidas en una esquina de la calle Mármoles, son testigos mudos del tiempo de esplendor de Roma en Sevilla, cuya muestra más inigualable encierra el Conjunto Monumental de Itálica (en la localidad cercana de Santiponce). Cuna de emperadores que ahora celebra el 1.900 aniversario del fallecimiento de Trajano y la llegada al poder de Adriano, emperador que la convirtió en urbe universal y de las más pujantes de Hispania y que ahora presenta su candidatura, algo más de un siglo después de ser declarada Monumento Nacional, a Patrimonio Mundial de la Unesco.
Una ciudad inigualable y única cuyos restos de ciudad trajana y adrianea permiten cerrar el círculo de este otro paseo por las interioridades de Sevilla con “aires de Roma andaluz”, como escribiera el gran poeta granadino en su llanto por la muerte de su admirado Ignacio Sánchez Mejías, una de las obras cumbres de Lorca y de la Generación del 27.
Hasta aquí esta propuesta literaria, poética y pictórica, a caballo entre Madrid y Sevilla, con la que ofrecer al visitante este otoño una experiencia diferente, menos estandarizada y más enriquecedora a poco que este empiece a dejarse llevar por la curiosidad, por querer saber más sobre las personalidades citadas y rastrear su huella en la ciudad. Una brújula con algunas coordenadas para propiciar el encuentro del viajero con esa apasionante aventura que es el viajar.